Sin Odios ni Rencores

By Yadira Escobar on

Envuelta en violeta, por la fusión adecuada entre los conflictivos rojos y azules, la abandonada Reconciliación luchaba contra todos los sentimientos negativos que la hostigaban, aun cuando había caído a lo más bajo del olvido. Aislada en los confines de la tierra, trataba de aguardar en lo más secreto de su corazón la esperanza de algún día sanar las heridas rencorosas.

La prepotente  Guerra viril repudió groseramente su traicionera debilidad de querer siempre ofrecer al enemigo puentes de dialogo, aunque el mismo sospechaba que si alcanzaba la vejez algún día, añoraría reconciliarse con cualquier victima que aceptara sus disculpas. Antiguos guerreros no aguantan el peso de la conciencia y la Reconciliación era experta en brindar alivios; con su cariñosa ayuda era muy fácil absolver mutuamente los errores del pasado.

El visceral Odio–ciego a su entorno–llegó insultó a la Reconciliación en uno de sus arranques emotivos cuando la escuchó hablar de conceptos ingenuos, como una supuesta Fraternidad entre todos los hombres. Y la Ignorancia (ocultando sus deficiencias con una rabia incondicional de crispada turba) aplaudió cuando la Violencia apareció dispuesta para golpear a cualquiera.

Acosada, difamada y expulsada por la soberbia congregación se detuvo. Su presencia se volvió indeseable, y como todo frágil sentimiento dependiente de los demás hasta para respirar, huyo en lagrimas. A diferencia de otras entidades tan nobles, pero media ingenuas como el Amor, Optimismo o Patriotismo, la magia de la Reconciliación solo surgía cuando había plena conciencia del lado más oscuro de cada conflicto. Para que funcionara, no bastaban simpáticos actores dispuestos a darse la mano en el coliseo; había que asumir la culpa antes de aprender a confiar en el otro, y aunque fuera por el bien mayor, generalmente el sacrificio espantaba a muchos que preferían ocultar los problemas debajo de la alfombra.

Aunque abatida por los desanimados y los cínicos, que llegaban incluso a negar su existencia, intentaba entonces cultivar rosas reconciliadoras tal y como leyó que Martí hacía para todos, incluso para el cruel que le hiere. Esa voluntad por superar viejos traumas hacía crecer cada año dos flores del pantano…una para cada bando afectado. A veces en las circunstancias desoladoras de un ambiente hostil, nacen sorpresas milagrosas como en respuesta desafiante frente a la injusticia. Año tras año fue cociendo a sus vestimentas las flores secas que no cumplían su misión, dedicándole cada retoño marchito al algún otro sueño roto de almas lejanas que se despedían sin poder hacer las paces con el pasado.

Su ánimo revivió con el canto del sinsonte y el del zun-zun al propiciarse por un breve instante en la historia de la Patria las condiciones ideales para levantar del polvo moribundo el ingrediente ausente. Contrario a lo que se asumía, la antes tímida Reconciliación tomó la fuerte iniciativa de alguien que se impacienta en medio de la emergencia solapada. Arriesgándose en nombre de la Paz–su santa hermanita del alma–porque no podíamos perder la quizás ultima oportunidad por evitar el retorno de la eufórica Guerra que por las noches, entre truenos y tornados, se le escuchaba nombrar sus futuras victimas.

Consciente de la devastadora visión de ciudades enteras consumidas por el fuego, la Reconciliación se acercó con los brazos extendidos al joven cubano que le apuntaba con su fusil. Se acercó para ofrecerle una oferta divina de salvación. Si no era a la buenas, muchos inocentes sufrirían a las malas por su falta de unidad, así que había que a ignorar las señales desalentadoras y siniestras.

Ambos finalmente vencieron en un rincón del mundo, a espaldas de los pobres esclavos voluntarios del Odio, la inhibición natural de la paranoica distancia y el curso de nuestra historia se alteró cuando se produjo el legendario abrazo del perdón. Duró en su intensidad lo que ningún reloj humano puede calcular. Aliviada de encontrar un hermano puro dispuesto a recibir su mensaje, la pendiente Reconciliación calmó toda aquella angustia que llevaba décadas reprimiendo al inclinarse sobre el hombro de su prójimo. En sus brazos acogedores obtuvo la serena armonía que ayudaría a recordar el perdido lazo primordial de hermandad. Ya cualquier cosa era posible cuando dejaron atrás al Odio y el Rencor.

Okay, admito que me he extendido más de lo pensado pero deseaba mucho ilustrar la historia desde una óptica que explicara la figura de la Reconciliación. Esta es la idea central de esta maravillosa canción del cantautor cubano Michael Méndez. Hoy comparto con ustedes los fotogramas del vídeo musical que acompaña esta bella canción de amor hacia el hogar nacional de todos los cubanos. Mi hermano Josh, nacido en Estados Unidos, visitó a Cuba en el 2011 y se trajo un sombrero de guano. Ese es el sombrero usado por él en la producción representando al cubano (de derecha o de izquierda) que se siente amenazado por la Reconciliación. Michael interpreta su propia obra con todos los gestos y expresiones propias de una unión entre cubanos que este por encima de las ideologías.

El abrazo como símbolo contundente de la unidad espiritual de un pueblo que aspira a permanecer soberano.
Los Cangilones. Piscinas naturales de rocas calizas en un tramo del rio Máximo en Camagüey, Cuba.

Una de las imágenes que quise insertar en la producción de WildMontaje fue filmada en Camagüey Cuba en el 2011. En esa ocasión tomamos imágenes en Los Cangilones (rio Máximo Gomez) en la Sierra de Cubitas. Me pareció apropiado como imagen interna de la Cuba idealizada. Como habían imágenes del mar en la Florida (Key Biscane) era muy apropiado y romántico por causa de “Los Versos sencillos: el arroyo de la Sierra me complace más que el mar.

Representación del cansancio sin queja, humilde y resignado bajo las sombras de la Patria. Tranquilo bosque en la Sierra de Cubitas (Camagüey)
Con mi hermanito Benjamín en las frías aguas del rio Máximo en Camagüey, Cuba.
Tomando imagenes en key biscayne al catautor Michael Méndez


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