Armas juego y codicia

By Yadira Escobar on

Ha ocurrido una carnicería en las Vegas cuando Stephen Paddock, un empedernido jugador que llegaba hasta jugarse 30 mil dólares en un sólo día, decidió acabar con su descontrolada vida asesinando. Pero antes, quiso llevarse a cuantas personas pudiera con una lluvia de balas que disparó desde la ventana de un hotel sobre un concierto de country music, música campesina.

El juego, las armas de fuego y una codicia insaciable, parecen haber sido el motivo para que esta persona diera rienda suelta a su maldad y acabara con tantas vidas inocentes antes de quitarse su propia vida.

Aunque el padre de Stephen Paddock fue un ladrón de bancos muy buscado por el FBI en los años 60, parece que su hijo Stephen no siguió sus pasos por los caminos de la ilegalidad, asi que no tenía antecedentes penales cuando se decidió hacer la peor matanza en la historia reciente de los Estados Unidos. Su camino fue el de hacer dinero de forma legal, y durante años vivió de las rentas de un edificio de apartamentos propio, lo cual no quiere decir que no fuese codicioso, pues a pesar de ser un retirado que vivía lejos de la pobreza y que en el 2015 vendió su casa de Melbourne por $235,000, era capaz de jugarse en los casinos miles y miles de dólares en una sola noche.

Dicen que Stephen Paddock era bastante anti-social y que no intercambiaba palabra alguna con nadie si no era necesario, era un misántropo.

En una sociedad capitalista el dinero es el supremo valor, pero no es posible ganarlo sin relacionarse con la gente, lo cual crea mucha tensión en personas con cierta predisposición psicológica a llevar vidas solitarias, porque se sienten castigadas cada vez que tienen que acercarse e intercambiar con otros ciudadanos. Cuando este individuo se ve forzado a lidiar con personas extrañas, pues por muy misántropo que sea el sujeto sabe que no se gana dinero en las montañas lejanas sino en el seno de la sociedad humana, desarrolla un odio por la humanidad. Ese odio a la gente lo esconde durante años por presión de las normas sociales y la mayoría de los misántropos nunca llegan a matar un alma, pero con la extrema competencia y el fomento estimulante de vencer a los demás, nuestro entorno violento desquicia a quienes carecen de empatía humanista.

Aunque este odio puede ser desahogado un poco coleccionando armas y municiones o dedicándose a matar animales como un cazador común, un día estalla por alguna razón y ocurren estos horrores. No creo que la predecible avalancha de demandas por confiscar las armas arreglen el problema porque lejos de ser posible en este país pro-libertad de larga tradición armamentista, no se enfoca en la causa de estos males: nuestra propia enferma cultura que sacrifica al ser humano por la ganancia monetaria.

 

 

 

 

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