Gatos y Enanos

By Yadira Escobar on

yadira escobar oleo sobre lienzo

Despierto y todo a mí alrededor se ha plasmado en quieta pausa. El momento se ha detenido sin murmurar un sólo ruido. No hubo aviso alguno, y por la fuerza de la inercia mi raciocinio se niega a pensar que el mundo ha parado pero ese residuo de imaginación que aún reside en mi empieza a saborear la posibilidad del hecho. ¿Por qué no, verdad?

Es que los relojes no marchan ya, no escucho ruidosas maquinarias, ni la devastadora huella humana sobre la creación. Sólo veo que el cielo es un tono de concreto, un gris espeso que tiñe cada hoja y todo césped. Parecer ser una nube temporal que se evapora. No pudiera distinguir qué día es ni mucho menos a cuál hora debo regresar al  movimiento, pues como dije antes, todo el mundo ha parado. Pero además ,¿Por qué regresar?

No soy capaz de resucitar argumentos contra esta decadente pausa ya que después de todo, estoy atrapada en medio de su penumbra que me abre los ojos a otros paisajes no vistos antes. Recuerdo perfectamente mi nombre escrito, el porcentaje de vejez, cuántos dedos tengo en cada mano, pero quizás se me escapa el qué hago yo aquí.

Tampoco me alarmo demasiado. Se incrementa la tensión del miedo en el tiempo congelado, pero la metálica presión en la nuca se relaja y el pulso se normaliza cada vez que sopla el viento y arranca de mi pecho un hondo suspiro. No debo olvidar que esa martirizadora preocupación también está sujeta a la pausa que detuvo el avance; se detuvo el progreso. Dispongo de toda una eternidad para recordar quién soy y a dónde debo ir.

Quizás aún habrá un mañana remoto dónde debo asumir control de tan deleitoso e inusual cataclismo, pero no ahora. No violentaré la naturaleza de esta quietud. Vino justo a tiempo porque allende descubrí los humos que pretendían envolverme, y más lejos aún encontré sombras petrificadas, pero ningún cuerpo original que los produjera. Eran fantasmas maliciosos que pensaron demasiado, tanto… que olvidaron su forma original de bestias del campo.

Es que en mi confortable confianza abrí las compuertas de mi alma para por los cielos rozar sin consecuencia. Volé  por encima de lagunas oscuras. Por esas aguas negras vi en reflejos la muerte descaradamente similar y hasta comprensiva. Floreció el romanticismo en aquellas olas desprendidas, aquellas flores en tinta venenosa que entretenían mi mirada en peligrosas boberías. Casi desciendo al abismo por desviar mi camino en tan torcido juego de buscar con esfuerzo esas rosas ahogadas.

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